Bordalás y la agresividad mal afinada

En las últimas jornadas, un nombre propio del fútbol español se ha repetido en diversos foros y medios: José Bordalás. El técnico del Getafe ha estado especialmente pasado de frenada en sus actuaciones, y esto ha contribuido a que su ya conocida fama se haya acentuado recientemente.

En la previa del partido entre Getafe y Betis de la última jornada, uno de los debates era acerca del equipo madrileño y su fama de conjunto agresivo, personificado en la figura de su entrenador, quien fue expulsado en las dos jornadas anteriores (Frente al Sevilla por una acalorada discusión con el técnico rival, Julen Lopetegui, tras una entrada fuerte en el campo y frente a la Real Sociedad tras entrar ligeramente en el campo para parar un balón y posteriormente encararse con uno de los jugadores rivales)

Podríamos decir mucho sobre el técnico azulón, sobre su actitud, sobre si debería o no admitir o disculparse por algo. Podríamos opinar sobre si nos gusta o no un equipo con ese estilo, si nos parece o no deportivo o mil cosas más. En este blog yo prefiero hablar de conductas, de rendimiento, y hacerlo de una manera constructiva y abierto a la opinión de quien desee participar.

¿Agresividad? Sí, pero no de cualquier manera

Dicho esto, parto de la base de que la agresividad en el deporte es totalmente lícita. Es, de hecho, necesaria en determinados momentos o para determinadas tareas. Pero la virtud de la agresividad reside en saber llegar al límite sin caer en la infracción ni, sobre todo, el daño del rival. Ser contundente, ganar por velocidad, intensidad, fuerza… sin sobrepasar esa delgada línea que te separa del marrullero, del violento. Hay verdaderos especialistas en la materia, jugadores que son auténticos muros pero hacen su labor limpiamente.

Fuente: Diario As

Husman y Silva (1984) distinguen entre agresión hostil o reactiva, que es la que persigue «infligir una lesión o daño psicológico a otra persona» y agresión instrumental, que «sucede en la búsqueda de una meta no agresiva». Años más tarde, Kirker, Tenembaum y Mattson (2000) llevaron a cabo un estudio en el que la mayoría de los actos de agresión instrumental ocurrían en conjunción con algún tipo de proceso reactivo. La realidad, apuntan, estaría más próxima a dos extremos (hostil e instrumental) entre los que se encontraría un continuo sobre el cual nos movemos. El tema no es sencillo, pero deja claro que existe un nivel de agresividad que, no sólo es aceptable, sino que además contribuye al éxito del equipo o jugador. La clave no está, pues, en eliminar o penalizar la agresividad per se, sino entenderla en su contexto y conseguir aplicarla en el momento y grado adecuados a cada situación.

Luego está otra agresividad. La del banquillo, la que no golpea ni deja huella en el cuerpo pero sí ataca, molesta, provoca, contagia. La que va encapsulada en gritos, quejas, improperios. O en gestos corporales, aspavientos o conductas que acaban saliendo de la norma y haciendo pagar un alto precio al equipo. Esa que, por qué no, puede ser parte de una estrategia, nos guste o no. Esa agresividad que en los últimos encuentros ha puesto a Bordalás en primera línea de los foros y conversaciones.

Fuente: El Confidencial

En este punto no pienso defenderle. Tampoco voy a cebarme con él. Él conoce el reglamento, sabe a qué juega y lo que se juega. En diversas ocasiones ha manifestado descontento por la fama de agresivos que tienen, pero los datos están ahí: el Getafe es el equipo con más tarjetas de las cinco últimas temporadas de La Liga. Es el precio por imprimir al equipo un estilo que, siendo lícito, tiene su riesgo.

La fama de ‘duros’ tiene un coste

La fama es merecida, pero además tiene una consecuencia: no es sino la imagen y expectativa que rivales y árbitros se forman sobre ellos, y que alimenta a su vez la probabilidad de que puedan recibir una amonestación si existen dudas.

Ante un lance dudoso entre un jugador del Geta y uno del equipo rival ¿cuál es la decisión de menor coste para el árbitro?, ¿y si el entrenador al que han expulsado 2 o 3 veces en el último mes está en el ajo? Aunque el árbitro trate de ser objetivo y justo, no olvidemos que somos seres absolutamente sesgados en nuestras apreciaciones y eso pesa en las decisiones. La fama crea una predisposición de nuestro entorno.

Y respecto a los rivales, ¿cabría pensar que, conociendo este estilo tan marcado, definan su estrategia en esta misma línea? No sería descabellado. Al fin y al cabo un conjunto que va tan al límite, siempre estará más expuesto al riesgo y ésto puede ser una baza.

También los medios pueden ofrecer una imagen sesgada del equipo y poner el acento en esta faceta, influyendo en esa percepción y pudiendo afectar al equipo a distintos niveles (entrenador, jugadores, directiva, afición…)

Un equipo en la cuerda floja

A todo ello podemos añadir otra variable importante: la de la frustración

El equipo madrileño se encuentra en una situación nada deseable. Con 24 puntos cosechados de 72 posibles, tan sólo ha ganado 6 partidos, con otros 6 empates y 12 derrotas. Estar a 3 puntos del descenso aprieta. Mucho. Y tratar de remar para salir de ahí sin éxito puede generar una gran frustración entre técnico, jugadores, directivos y afición.

Fuente: Marca

La frustración, para algunos autores, no guarda relación causa-efecto con la agresión, pero sí «aumenta la probabilidad de agresión al aumentar la excitación, la ira y otros pensamientos y emociones» (Baron y Richardson, 1994; Berkowitz, 1965, 1969, 1993)

Por lo tanto tendríamos una variable que predispone (la frustración) en un contexto que la facilita (malos resultados y clasificación) y la permite o refuerza (el estilo de juego marcado)

Una explicación que posiblemente se antoje simplista aunque por otro lado es difícil ir más allá desde este foro.

¿Qué opina Bordalás?

La atribución de Bordalás de todo esto a una falta de respeto reiterada por parte del entorno no deja de ser una postura defensiva que, por un lado, puede servir como justificación de puertas afuera por su parte y, por otro lado, la primera barrera a derribar para trabajar sobre ello. Es una situación delicada para él (a la fecha de este post ya suenan sustitutos)

Entrenar la agresividad ¿vale la pena?

Y es que el coste que acarrea esta falta de control en las acciones agresivas podría justificar que el equipo dedicara tiempo y esfuerzos a ajustar esta cualidad. En un post de hace algunos años ya traté el tema del autocontrol en otra situación diferente, y cómo éste siempre es rentable siempre.

La agresividad, por defecto o por exceso, se puede ajustar desde el propio entrenamiento. Conviene operativizarla, traducirla a comportamientos e intensidad, proveer del feedback adecuado a los jugadores, integrarla en el día a día del entreno, diseñar sesiones orientadas a mejorar y afinar la agresividad, y trabajar a título individual con aquellos que necesiten de una estrategia alternativa a la respuesta agresiva que acarrea tanto coste.

Un trabajazo. La cuestión es: ¿es el momento de la competición más adecuado para trabajarla? Ni lo es ni creo que los jugadores tengan la disposición adecuada para estas cuestiones. Y mucho menos el entrenador, quien seguro es consciente de que tiene un pie y medio fuera de este banquillo. Tal vez hubiera sido un gran acierto analizar este punto al inicio de campaña o antes y haber trabajado para afinarlo para mejorar al equipo.

Esto me lleva a la conclusión con la que quiero cerrar y es ese debate entre labor preventiva y de mejora del equipo frente al rol «apagafuegos» que muchas veces se atribuye a la labor del especialista en psicología deportiva. Yo abogo por el primer enfoque, y pienso que en el caso de Bordalás y su Getafe había una gran oportunidad dado el historial previo que ya apuntaba a esta área de mejora.