¿Contra quién compiten los más grandes?

Cuando Ronaldo, el brasileño, el «original», competía como futbolista, recuerdo que a principio de temporada solía hacer una predicción de cuántos goles acabaría sumando al final del curso. Era una forma de marcarse una meta, hacerla pública, retarse a sí mismo. Daba igual contra quién los marcara. Era sú meta, su desafío.

El caso del mítico delantero es un ejemplo de cómo un deportista puede llegar a motivarse a través del establecimiento de metas desafiantes que, además, en su caso hacía públicas, lo que le daba un aliciente más al asunto. El resto casi todos lo conocemos. Un auténtico fenómeno (de ahí uno de sus apodos), un goleador que marcó toda una época.

Siempre me ha resultado interesante esa capacidad que tienen los más grandes, no tanto para llegar al punto de grandeza al que llegan, sino especialmente para mantenerse en él. Porque, cuando llegas a lo más alto, es más fácil caer que seguir subiendo… cuando eres un Messi, un Nadal, un Jordan,… ¿Cómo mantienes esa ambición?, ¿qué más te queda por ganar?, ¿quién es tu rival?

Si cogiéramos a los 3 o 4 más grandes de todos los tiempos en cada deporte, sin duda encontraríamos una gran disparidad en cuanto a las personalidades y características de cada uno, pero sin duda, hay un rasgo indispensable que todos ellos y ellas comparten: la ambición. Independientemente de la necesidad que cubran (reconocimiento, autosuperación, notoriedad, el hacer historia…), todos ellos y todas ellas cuentan con una especial ambición sin la cual sería imposible llegar hasta donde han llegado.

Nadie llega a hacer historia si no anhela alcanzar grandes metas, llegar a cotas de rendimiento elevadas, rozar la perfección. Puede parecer casi una obsesión, y a veces, tal vez llegue a serlo. A veces, ese equilibrio puede romperse. Y sin duda muchos quedaron por el camino, más tarde o más pronto, por no conservar ese equilibrio entre las máximas aspiraciones y la capacidad para no perderse cuando los resultados no acompañan y nos recuerdan que también somos humanos.

Fuente: The Medizine

Desde el punto de vista psicológico, y de manera muy simple, podríamos hablar de dos tipos de motivación: motivación orientada al logro y motivación orientada a la tarea. La primera es la que nos mueve a los más altos resultados y estándares de rendimiento. La que tienen las grandes estrellas. La que necesitan, más bien, para alcanzar lo inalcanzable. Esas ganas por lograr lo máximo que les llevan a ganar partidos, a echarse a sus equipos a la espalda, a superar dificultades máximas, a rendir cuando todo está en contra, cuando las adversidades son grandes. Quién no recuerda el Flu game de Jordan en el 97, en el que el mítico jugador dio todo un recital donde otros hubieran tenido que quedarse en casa viendo el partido. La motivación se comió a la enfermedad. Y esto es admirable, por supuesto. Pero a veces puede conducir a conductas de riesgo, como el sobreentrenamiento o comportamientos de tipo impulsivo. Esa dependencia del logro, del resultado, puede ser encomiable. Pero cuando los resultados no acompañan, puede llegar a ser una motivación de riesgo que ponga en juego la confianza del deportista, su propia motivación y desempeño, o incluso su identidad y su autoestima como persona más allá de la faceta deportiva.

El concepto clave, aquí, es el de equilibrio. Y es aquí donde entra en juego esa otra motivación, la que se centra en la tarea, y que ayuda a poner ese punto de equidad, de equilibrio, en la balanza. Orientarnos a lograr los mejores resultados en competencia con los rivales es esencial para coger impulso y dar lo mejor de nosotros mismos. Pero cuando esto falla, porque somos humanos, porque no todo depende de nosotros, es importante poder apoyarse en esa otra parte de la motivación, la que depende de nosotros mismos, la que está bajo nuestro control, la que nos ayuda a mejorar como deportistas independientemente de lo que hagamos en relación a otros.

Ronaldo, y ahora viajamos de Brasil a Portugal, el Cristiano, CR7… es posiblemente uno de los jugadores más ambiciosos de nuestra época, y posiblemente de la historia. O al menos uno de los que más lo reflejan. Un ganador nato que, a pesar de los años, sigue ofreciendo un rendimiento y una estabilidad bastante significativos. Pero sobre todo es un deportista que ha cuidado al máximo los pequeños detalles que hacen la diferencia. A nivel de dieta, descanso, medidas complementarias… eso que llamamos «entrenamiento invisible» y que no todos cuidan, es posiblemente un ejemplo claro. Siempre buscando esa disciplina que permita alargar todo lo posible su carrera competitiva, siempre buscando ser mejor que el día anterior.

Kobe Bryant, el desaparecido jugador de los Ángeles Lakers, también fue un deportista de leyenda que marcó diferencias, que llegó a lo más grande y que, con sus similitudes y diferencias con el mítico 23 de los Bulls, fue otro ejemplo de cómo mantener el equilibrio entre la competitividad frente a sus rivales y su incansable trabajo por mejorar como jugador. En su exitoso libro «Mamba Mentality», entre otras grandes lecciones, afirmaba que «era sumamente curioso. Quería mejorar, aprender y llenar mi cabeza con la historia de este deporte. Estuviera con quien estuviese, yo no paraba de hacer preguntas», y en otro pasaje del libro, apuntaba que «tienes que abordar cada actividad, todas y cada una de las veces, con el deseso y la necesidad de hacerlo siempre lo mejor posible»

Es importante tener siempre presente que los mejores compiten al máximo contra sus rivales, pero principalmente compiten contra sí mismos. Se retan, se miden, buscan siempre hacerlo un poco mejor que ayer. Y en este sentido, cobra especial relevancia encontrar estos modelos y estos ejemplos cuando eres entrenador, o cuando eres padre, para ilustrar a los más pequeños la necesidad de encontrar ese equilibrio.

Porque para alcanzar los mejores resultados cuando estás en la élite, necesitas orientarte al logro y tirar de equilibrio cuando lleguen las dificultades. Pero en etapas formativas, juveniles, es esencial inculcar ese equilibrio y dar especial peso al aprendizaje, a la mejora contínua, a la propia superación por encima del ámbito competitivo. De ahí, como siempre repetiré, que necesitemos una especial vocación por la educación cuando trabajemos con equipos juveniles.

Ellos, y ellas, son los grandes referentes para nuestros jóvenes, pero los medios no siempre nos muestran, o no dan el peso que merece, a ese otro aspecto de su preparación y su vida deportiva que tanto necesitan los top de cada deporte para mantenerse durante más tiempo en la cresta de la ola a la que tanto han trabajado por llegar.