“¿Qué harías si no tuvieras miedo?” En más de una ocasión me he encontrado esta cuestión que, de modo hipotético, plantea la posibilidad de un mundo en el que no viéramos barreras entre nosotros y nuestros objetivos, y partiendo de la base de que lo que nos separa de conseguirlos es, principalmente, el miedo.
Miedo a actuar, miedo a arriesgar, miedo al qué dirán, miedo (dicen a veces) a brillar, miedo a no cumplir las expectativas de los demás, miedo al fracaso, a equivocarnos, a perder, a salir de nuestra rutina… Demasiadas trabas para tomar la decisión y salir adelante ¿no?
¿Qué haríamos sin miedo? Hace poco hablaba con un deportista acerca del miedo en combate (Taekwondo, para ser más precisos), y en particular el miedo a salir herido, a un mal golpe, a lesionarse en un lance con el rival o un mal movimiento. Un coste probable en un deporte como este. Quería conseguir no tener miedo. No tener miedo…
Veréis, si de mí dependiera, no dejaría salir a pelear a nadie que vaya preso del miedo. A mí me pasó hace muchos años, y si volviera atrás esa sería una de las pocas cosas que cambiaría… o no, porque gracias a aquello aprendí algo muy valioso.
Aprendí que el miedo no debe dominarnos, porque de lo contrario nuestra mente y nuestro cuerpo acaban atenazados, y nosotros vendidos al rival. Aprendí que, cuando el miedo deja de ser miedo para convertirse en terror, nuestras capacidades merman, nuestra atención deja de ser productiva, nuestro cuerpo no responde en línea con el objetivo, nos volvemos torpes, imprecisos, tensos… nuestra activación se dispara, nuestro pensamiento se nubla y nuestra toma de decisiones se anula.
Pero también aprendí que el miedo no debe desaparecer de la ecuación. No es útil ni sano pretender desprenderse del miedo. Tampoco es realista. Forma parte de nosotros. El miedo es una emoción. Una de las cinco básicas, y nos lleva acompañando desde hace miles de años, a lo largo de los cuales ha cumplido una función esencial como es la de protegernos.
Las emociones nos informan, nos avisan, nos indican cuando algo va bien o mal. Provocan reacciones en nuestro cuerpo y nuestra mente, y predisponen a comportamientos de huída, acercamiento o lucha o consolidan determinadas conductas favorables a la supervivencia de nuestra especie.
¿Qué haría yo si no tuviera miedo? seguramente no me prepararía para ir a trabajar porque no temería causar una mala impresión, ni me pondría el cinturón de seguridad porque no me daría miedo un posible accidente grave; probablemente no iría a reconocimientos médicos ni a consulta cuando notara algo extraño, porque no me daría miedo una posible enfermedad…
Y en el deporte, como en la vida. El corredor no calentaría ni haría estiramientos antes de su carrera, no habría temor a una lesión. El defensa se jugaría el tipo (el suyo, y el del rival) para cortar el ataque porque no habría miedo de dañarse ni dañar. Pelearíamos sin protecciones al no tener miedo a ser golpeados, e iríamos con todo sin medir consecuencias de un contragolpe rival. Saldríamos a competir sin un plan, sin estrategia… sin los deberes hechos. Probablemente descuidaríamos alimentación, tratamientos de fisioterapia o indicaciones médicas. Porque, simplemente, iríamos sin miedo.
El miedo está ahí. Nos avisa, nos previene, nos mantiene atentos y nos “obliga” a prepararnos para prevenir consecuencias. Por así decirlo, cuidan de nosotros.
El miedo, como emoción que forma parte de nosotros, no debe ser un enemigo, sino más bien un aliado con el que saber trabajar y al que saber llevar y mantener en su punto justo. Una llama que mantener a raya sin que llegue a explotar. La clave, por tanto, está en la aceptación, en el autocontrol y en la correcta gestión emocional.
Identifica la emoción ¿Qué es lo que tanto temo? Ponerle nombre, definirlo, identificarlo y aceptarlo será el primer paso para empezar a controlarlo.
También es importante aceptar el coste que estamos dispuestos a asumir ¿Es realista pretender no recibir entradas en un partido de fútbol porque te dan miedo?, ¿es realista esperar no recibir algún golpe al hígado en un combate de boxeo porque te causa pavor sólo pensarlo?
A partir de ahí podremos trabajar ese miedo, compartirlo, cuestionar las creencias que lo sustentan, analizar nuestras expectativas, verlo desde distintos puntos de vista… Podremos prepararnos debidamente para afrontar la situación, marcar metas, tal vez rebajar nuestros retos para equipararlos un poco más a nuestras posibilidades,…
Ese reajuste a veces es esencial. Porque en ocasiones, enfrentarse sin más al miedo como pueden sugerirnos, sólo puede traer resultados que realimenten más esta emoción, que fortalezcan y respalden más nuestro temor y empeoren la situación. A veces, hay que dar algunos pasos hacia atrás y partir desde lo básico para empezar a creer y crecer.
Un equilibrio entre el desafío y la capacidad percibida es imprescindible para tener sensación de control y, con ello, confianza. Confianza que puede crecer si además damos al deportista herramientas, medios, para afrontar la casi inevitable activación precompetitiva, para controlar los pensamientos negativos que invaden nuestra mente y pueden desestabilizarnos, antes de que el miedo se convierta en terror y nos atenace.
Todos tenemos aprecio por algo en la vida: nuestra familia, nuestra vida, nuestra integridad física, nuestra imagen personal, nuestro prestigio, nuestros bienes… y por lo tanto todos tenemos miedo en algunos momentos de la vida, por lo que sólo nos queda un camino: el de aceptar y aprender a controlar de manera eficaz nuestras emociones, nuestras sensaciones y por lo tanto nuestra conducta y nuestro rendimiento.
Y ahora, la pregunta te la hago yo “¿Estarías dispuesto a entrenar y competir sin miedo?”
