Una de las cosas que aprendí de Stephen Covey a través de su obra más conocida, ‘Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva’, fue la importancia de saber diferenciar los eventos que están bajo nuestro control de aquellos otros que no lo están. En realidad, Covey diferenciaba tres tipos de eventos, pero para lo que nos ocupa, prefiero simplificar esta idea e invitaros a profundizar en ella leyendo el libro o el post que publiqué en mi blog personal.
En el ámbito del deporte, esta distinción entre lo que podemos controlar y lo que no, es especialmente relevante, uno de esos pequeños detalles que pueden generar grandes cambios y provocar resultados positivos. Podemos mejorar cada día, poner especial dedicación en cada entrenamiento, preparar a conciencia cada competición, pero siempre habrá mil cosas sobre las que no podremos influir, ni directa ni indirectamente. Una mala decisión del árbitro en un momento clave, el nivel de preparación del equipo contrario, su estado anímico ese día (aunque sobre esto seguro que tienen algo que decir los chicos de los All Blacks), el clima, o simplemente que ese día el balón, haciendo todo lo mejor posible, no entre, que los puntos no lleguen, etc.

Simplemente hay cosas que no podemos controlar, pero al mismo tiempo son variables y elementos que, para bien o para mal, pueden influir en el resultado de la competición, y esto conlleva un cierto grado de incertidumbre potencialmente estresante si no sabemos gestionarlo.
Volviendo a Covey, tomo prestado el concepto de zona de influencia y zona de preocupación. Si bien el autor lo emplea para reflexionar acerca de nuestro grado de proactividad en base al tiempo y energía que dedicamos a uno u otro círculo, yo lo utilizaré para separar los aspectos controlables de la competición (zona de influencia) de aquellos que escapan a nuestro control y pueden generarnos incertidumbre, ansiedad y, consecuentemente, un probable menor rendimiento (zona de preocupación) Hay un elemento clave para poder trabajar esta distinción: la atención
La atención es una capacidad altamente relevante por su incidencia directa en otros factores clave para el buen o mal rendimiento en general y en el deporte en particular. Además, tiene dos características importantes: en primer lugar, es un recurso que podemos controlar si nos entrenamos adecuadamente para ello; y en segundo lugar, es un recurso limitado, por lo que conviene gestionarlo sabiamente. Y en el caso que nos ocupa, conviene seguir y cuidar los siguientes pasos.
Dirigir nuestra atención y/o la de nuestros deportistas hacia aquello que depende de nosotros. Para ello partiremos de nuestros objetivos inmediatos en la competición. Y como el resultado de ésta se verá influido por elementos que escapan a nuestro control, vamos a centrar la atención en nuestros objetivos de realización, que son los que necesitamos para llegar al objetivo de resultado y además dependen sólo de nosotros. Centrando nuestra atención en aquello que está en nuestra mano, dejaremos de tenerla en aspectos ajenos a nuestro control. No nos garantizan el éxito pero sí nos acercan a él. Por lo tanto, cuáles son nuestros objetivos de realización en esta competición.
‘Aterrizar‘ nuestros objetivos de realización ¿Qué acciones o conductas exactas tengo que realizar para conseguir mis objetivos de realización? este punto marca la diferencia entre un objetivo de realización y uno de resultado. Un delantero centro tiene como objetivo de resultado el gol. Ese es el resultado que persigue. Los objetivos de realización serían aquellas acciones que van a conducirle hacia ese objetivo. A veces lo logrará y a veces no, pero sin las acciones necesarias, no será posible. Centrarse en ellas le permite tener una mayor sensación de control. Centrarse en el proceso y no en el resultado ayuda a eliminar un componente importante de estrés a través de esa sensación de control. La clave para centrarse en ellas es definirlas de la manera más exacta, precisa y clara posible, para que el deportista sepa exactamente qué debe hacer.
Anticiparnos y prepararnos para la adversidad. No podemos predecir lo que va a pasar durante la competición, pero podemos anticipar posibles complicaciones que se nos puedan presentar, basándonos en la experiencia acumulada en el deporte de que se trate, algo a lo que puede aportar principalmente el entrenador en conjunto con el deportista implicado. La clave está en generar y definir claramente varias posibles dificultades, y a partir de ahí elaborar planes alternativos para poner en práctica cuando se presenten. En definitiva, evitar la improvisación y preparar distintos escenarios, eliminando el azar e incrementando la percepción de control.
Centrar nuestra atención en nuestro círculo de influencia es beneficioso para el deportista y aporta positivamente a su rendimiento, centrándolo en lo verdaderamente importante frente a lo que no lo es, incrementando su autoconfianza a través de la percepción de control de la situación, su motivación a través del establecimiento de objetivos para la competición, y reduciendo su nivel de estrés y activación al aislarlo o alejarlo de otro tipo de elementos potencialmente estresantes y que quedarían fuera del círculo de influencia. Para ello es muy positivo el mencionado entrenamiento atencional, el establecimiento de planes de enfoque para cada situación, las autoinstrucciones,… y otros recursos psicológicos que, de manera aislada o combinados entre sí, ayudan mucho al proceso y a mejorar el rendimiento del equipo.
Estar bien preparado, anticiparse a las dificultades, saber centrar la atención y ganar terreno al azar y a la improvisación, algunas de las claves del éxito.
