Por un futuro sin violencia: cuestión de educación emocional

Hace algo más de un mes estuve en el campo del Getafe viendo a los chavales jugar contra el Moscardó. Me gusta asistir de vez en cuando a este tipo de eventos para observar y aprender, ya sea de jugadores, entrenadores, árbitros o, como en esta ocasión, seguidores. Aunque reinaba la cordialidad entre las aficiones, no faltaba alguna mención al árbitro reprochando tal o cual decisión, como desgraciadamente suele ser habitual. 

En uno de los lances, pude escuchar un clásico: “Arbitro, ¡Qué bueno eres!” Lejos de querer elogiar al trencilla, uno de los aficionados, con cierta ironía, trató de criticar y en cierto modo ridiculizar, la labor del árbitro, una figura que suele ser blanco habitual en determinados deportes, como es el caso del fútbol. Un detalle sin aparente trascendencia en este caso, pero que en otros puede llegar a situaciones mucho más graves.

Por ejemplo, el mismo fin de semana leí con estupor que en un partido de fútbol en México, un árbitro falleció como consecuencia del golpe propinado por un jugador al que había expulsado; tiempo atrás, en Marzo de este mismo año, dos jóvenes jugadoras extremeñas eran agredidas por jugadoras rivales y por el propio público al término de un partido en Córdoba; en la pasada Eurocopa de fútbol celebrada en Francia, los ultras de la selección rusa fueron noticia un día sí y otro también por sus expresiones de violencia; por no mencionar las bengalas, las botellas lanzadas al campo, las agresiones en las gradas, la también preocupante violencia verbal que inunda los estadios…

El deporte, para bien o para mal, es emoción. Y las emociones, ya sean de signo positivo o negativo, nos han acompañado desde nuestros más remotos orígenes como especie. En un sentido u otro han sido adaptativas, útiles y fundamentales para nuestra supervivencia, y es por ello que han permanecido con nosotros. Aún hoy, tras miles de años, tienen una vigencia especial. El problema que tienen es que, mientras el ser humano y la sociedad han evolucionado hacia estadios cada vez más sofisticados, las emociones han quedado ancladas en el pasado, y como bien apunta Daniel Goleman, “con demasiada frecuencia nos vemos obligados a afrontar los retos que nos presenta el mundo postmoderno con recursos emocionales adaptados a las necesidades del pleistoceno”

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Fuente: esdiario.com

En la pista, en la cancha, en el terreno de juego,… las emociones y los sentimientos están a flor de piel; el juego, a pie de campo o desde la grada, se vive con enorme intensidad, y con frecuencia nuestra mente más primitiva toma el control y nos hace actuar en forma de impulsos y conductas agresivas, violentas, y a priori (casi) incontrolables. Y volviendo a la frase de Goleman, nuestras respuestas, que en el pasado nos salvaron de situaciones de vida o muerte, hoy se antojan incompatibles con los retos y amenazas que percibimos en el ámbito deportivo. Una tarjeta roja, una entrada a destiempo, ese caño del rival que nos deja en evidencia delante de los nuestros, una provocación a la grada, una clara ventaja de nuestros rivales en el marcador… si antiguamente eran nuestra vida y nuestra integridad física las que estaban en juego, hoy se ven amenazadas nuestra imagen, nuestro prestigio, nuestra posición en la clasificación, etc… y ante estas amenazas, seguimos respondiendo como si nos fuera la vida en ello.

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Fuente: El Confidencial

Por ello, controlar y saber gestionar las emociones es algo fundamental. No solamente por el bien del deportista y su equipo (sin duda es una opción rentable desde el primer momento para el equipo), sino por el bien del deporte mismo. Educar en esta gestión inteligente del mundo emocional es la base para terminar con la violencia en el deporte, y aunque hay un camino enorme por recorrer, vale la pena. Podemos establecer duras sanciones, actuar desde los clubes, condenar, concienciar… pero todo eso son sólo parches para minimizar el efecto de esta lacra que, año tras año, temporada tras temporada, nos deja algún puñado de tristes noticias.

Un futuro sin violencia pasa por educar a los más jóvenes en la gestión de sus emociones desde sus primeros pasos. Un futuro sin violencia pasa por que aprendan a actuar son sensatez, tolerancia y deportividad. Pasa por enseñarles a ganar, a perder y, en cualquiera de esos casos, darse la mano al final del partido. Pasa por ser nosotros un ejemplo válido de valores positivos para el deporte, evitar ese “árbitro ¡Qué bueno eres!”. Pasa por trabajar estos valores y esta gestión emocional desde las categorías inferiores, desde la misma escuela. Un futuro sin violencia en el deporte está en las manos de unos deportistas y aficionados del futuro más inteligentes emocionalmente. Pongamos en sus manos las herramientas, conocimientos y habilidades necesarias para que ese futuro sin víctimas ni verdugos se convierta en una realidad. Y ojalá podamos verlo y celebrarlo como merece.

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Fuente: Blog La Soledad del Entrenador

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