Iré al grano. A mi parecer, hay una diferencia fundamental entre quien viene a venderte humo y quien es un verdadero profesional de la psicología deportiva: mientras el primero se esforzará por venderte una solución infalible para un problema o situación que puede o no responder a una necesidad real, el segundo partirá, inicialmente, de un punto en el que determinar tus necesidades y las de tu equipo será esencial.
Mientras el primero trabaja con un esquema ‘problema-solución’ más o menos estándar y general (que habitualmente se mueve entre la motivación, la confianza y la gestión emocional), el segundo puede llegar a barajar dos o tres posibles hipótesis de inicio tras un minucioso y necesario análisis funcional; mientras el primero tirará por el camino de en medio con su espectacular propuesta, el segundo te hará un planteamiento integrado y coordinado con el resto de parcelas y profesionales que trabajan en tu preparación; y mientras el primero buscará las explicaciones necesarias para justificar su trabajo, el segundo, habitualmente, se molestará en hacer una evaluación post intervención para tratar de determinar el grado en que su trabajo ha repercutido en tu rendimiento deportivo.
Y es que, aunque parezca tirar piedras contra el propio tejado, soy categórico en una afirmación: no todo está en la mente. Todo lo demás son falsas expectativas. Y creo que nos encontramos en un momento en el que toca, más que nunca, centrar las expectativas de la gente.
Vivimos un tiempo en el que lo mental está de moda. Dicen que «si quieres, puedes», que «nada es imposible» («impossible is nothing») o que «los límites están en la mente, y se los pone uno mismo». Mentira. Punto.
Un tiempo en el que cientos de profesionales migran de sus áreas de especialidad hacia el atractivo y fértil paraje del coaching, que en los últimos años parece pegar peligrosamente con todo: alimentación, amor, neuronas (sí, neuronas), etc.
Y el deporte, por su atractivo, su alcance, su influencia en nuestras vidas y nuestra cultura, no ha escapado de los fanáticos de la mente, que se empeñan en darle al factor psicológico una dimensión que, en ocasiones, y por poco atractiva que nos parezca la idea, no es tal. Ni en cuanto al peso o la importancia que pueda tener, ni en cuanto a los métodos empleados.
Al hilo de esto último, estos días retomaba una serie de artículos en los que se hablaba de la labor de Xesco Espar, ex entrenador del Barça de balonmano y reconvertido a ‘mental coach’, con el equipo del Tottenham entrenado por su amigo Mauricio Pochettino, a cuyos jugadores llevó a una sesión de fire walking o ‘caminar sobre brasas’ con el objetivo de mejorar la motivación del grupo. “Son estrategias que te demuestran que el poder está en nosotros mismos”, afirmaba el técnico.
A mí, particularmente, me suena a algo totalmente aleatorio. Basta plantearse algunas simples cuestiones: quiero motivar a un equipo, y para ello los llevo a caminar sobre brasas, pero ¿Es motivación lo que necesitan, especialmente cuando están a las puertas de una final de Champions?, ¿esta actividad influye sobre la motivación, o realmente lo hace sobre otras variables como la activación?, y muy importante ¿tiene algún fundamento? parece ser que no, como se refleja en este artículo que compartió conmigo uno de mis tuiteros favoritos, el psicólogo Carlos Sanz.
A la postre, y tras no ganar la Champions, Espar parecía defender su método argumentando que «dirán que el Tottenham no ganó aquella final. Pero, pese a encajar un gol de penalti en el minuto uno, el equipo no se rindió» ¿era necesario excusarse?, ¿o tal vez hubiera sido más interesante hacer una evaluación de cuánto y de qué modo influyó su intervención en el rendimiento del equipo?, ¿el equipo no se rindió gracias a su intervención, a la preparación que traía del resto de la temporada, o a la motivación que ya tenían por el mero hecho de estar en una final europea? tal vez lo de las brasas influyó mucho, algo, poco o, muy probable, nada. Apuesto a que durante el partido ni se acordaban. Pero démosle un poco de confianza, y es que tal vez no fue relevante en el apartado motivacional, pero sí lo fue en el de la confianza (cosa que dudo, pero supongamos hipótesis para entender a lo que voy) Y es importante saber y analizar este tipo de cuestiones, pensando en una continuidad y en una mejora del trabajo psicológico con el deportista/equipo. Al menos si lo haces bien desde el inicio. Y especialmente si tienes un mínimo de autocrítica y espíritu de mejora. Pero esto último es una opinión muy personal.
Conviene adoptar una postura humilde y de servicio y colaboración. Conviene entender que la preparación deportiva se compone de diferentes piezas, y que cada una se apoya en las demás y apoya a las demás. Que en ocasiones una intervención desde la parcela psicológica beneficiará o perjudicará a la física, la técnica o la táctica. Tal es nuestra responsabilidad. Y que a su vez, éstas beneficiarán e influirán positiva o negativamente en la psicológica.
Que a veces una gran preparación psicológica no es suficiente si el resto del trabajo no se hace bien, que no siempre estar mentalmente preparado marca la diferencia si el resto de deberes no están hechos. Y que no podemos quedarnos con una visión dicotómica, reduccionista, de victoria-derrota. A veces el beneficio no es ganar, sino simplemente encajar la derrota para seguir compitiendo. O, más simple, disfrutar del deporte.
Conviene entender que generalmente, la preparación mental o psicológica no consiste en sofisticados y espectaculares métodos de cine. A veces son simples cambios, sencillos, prácticos y poco atractivos para los tiempos que corren. Prefiero la efectividad y sencillez al marketing y las sentencias grandilocuentes.
Pero sobre todo, conviene entender que tras el trabajo de un psicólogo deportivo, hay toda una ciencia con cientos de años de historia, que nos da unos principios y métodos con los que trabajar. Hay conocimiento, años de estudio y fundamento suficiente para trabajar con seriedad, aportando un valor real al rendimiento del deportista y velando por que este lo haga en unas condiciones lo más saludables posible. Todo lo demás, genera el riesgo de, en el mejor de los casos, no suponer una mejora que justifique la inversión en tiempo y dinero (la pela es la pela) o en el peor de los casos, ser contraproducente para el deportista.
Tal vez esto no venda tanto, pero quizá por ello y por todo lo mencionado, vale la pena defenderlo.
Referencias
- «¿Por qué fracasan algunos fichajes?» en este enlace
- «Caminar sobre las brasas: no lo llames milagro, llámalo termodinámica» en este enlace
